1. adj. Se decía del diablo que, según la opinión vulgar, con apariencia de varón, tenía comercio carnal con una mujer. U. t. c. s.
(v. «SÚCUBO»)
Arbitrarias absolutamente, concatenadas por el mero capricho, estas son nuestras palabras.
1. adj. Se decía del diablo que, según la opinión vulgar, con apariencia de varón, tenía comercio carnal con una mujer. U. t. c. s.
(v. «SÚCUBO»)
(Del lat. *succŭbus, según incŭbus).
1. m. dim. despect. de «hombre».
En el sentido al que yo me refiero, aquel de la tradición alquímica de Paracelso, los homunculi u homúnculos son agentes o más bien entidades malignas creadas en laboratorio con el objeto de llevar a cabo acciones más bien insidiosas. En De Rerum Natura, Paracelso da cuenta de la receta para la creación de un homúnculo in vitro: semen, piel, una bolsa de huesos y pelo de algún animal; se los introduce en un frasco cerrado herméticamente junto con estiércol de caballo y si todo anda como es debido, el homúnculo fermenta al cabo de cuarenta días, alcanzando su longitud máxima de 30 centímetros.
En entradas subsiguientes quiero seguir desarrollando brevemente una serie de términos asociados a esta temática, fruto de mis lecturas adolescentes sobre la alquimia y la botánica oculta: mandrágora; súcubo e íncubo.
(Del lat. vulg. morīre, lat. mori).
1. intr. Llegar al término de la vida. U. t. c. prnl.
2. intr. Dicho de una cosa: Llegar a su término. U. t. c. prnl.
El miedo a la muerte, creo yo, es siempre el miedo a la muerte del otro, porque es el miedo a quedarse solo. Atravesar la muerte del otro es una experiencia que se padece, pero que al mismo tiempo se comparte. En Morir, de Arthur Schnitzler, él participa a ella de su muerte próxima, y ella se debate desde entonces entre la asistencia abnegada al enfermo que no presenta signos de enfermedad, y la necesidad culposa y egoísta pero no por ello menos necesaria, de orientar su vida hacia un futuro en el que él ya no estará presente y en el que el mundo sin embargo seguirá su curso. ¿Cómo hacer? ¿De qué manera desdoblarse? Este desdoblamiento se sufre, pero acaso sea necesario atravesarlo. Él dice: No quiero que tu futuro quede encadenado al mío. Ella calla. ¿Qué responder? La relación amorosa se convierte así en una cuenta regresiva conciente. La conciencia de la muerte hace que el tiempo se vuelva algo del orden de lo evidente y de lo pertinaz. Yo le tengo miedo a la muerte por el temor que tuve siempre a la pérdida de las referencias objetivas. Creo que una de las definiciones más conmovedoras de este padecimiento la leí en un hermoso libro de Mario Levrero, a quien extraño sin haber conocido: Morirse debe ser como salir a la calle, pero sin la esperanza de volver a casa.
1. f. Am. Mer., P. Rico y R. Dom. Ramal de cuero, cuerda o soga, que sirve especialmente de rienda o de látigo.
La guasca sirve para domar al potro y es el punto cúlmine que corrobora que todo anduvo bien anoche. Guasca también es un municipio colombiano del departamento de Cundinamarca. Envalentonado por el post precedente, les anticipio este saludo para el año que comienza: "Que haya guasca".
(Del ant. part. act. de flagelar).
1. adj. Que flagela o se flagela.
2. m. Hereje de una secta que apareció en Italia en el siglo XIII, y que consideraba más eficaz para el perdón de los pecados la penitencia de los azotes que la confesión sacramental.
1. adv. neg. U. para negar, principalmente respondiendo a una pregunta.
2. adv. neg. Indica la falta de lo significado por el verbo en una frase.
3. adv. neg. Denota inexistencia de lo designado por el nombre abstracto al que precede.
"El mayordomo de mi hermana era un tal señor Livorel, jesuita en otro tiempo, y al cual le sucedió una extraña aventura.
Cuando fue nombrado mayordomo de Lascardais, acababa de morir el conde de Chateaubourg, padre. El señor Livorel, que no lo había conocido en persona, se encargó de la vigilancia del castillo. La primer noche que durmió solo en él vio entrar en su habitación a un anciano pálido, con bata, gorro de noche y con una pequeña bujía en la mano. La aparición se fue acercando y, después de dejar la luz sobre la chimenea, se puso a atizar el fuego, sentándose después en un sillón. El señor Livorel estaba temblando de pies a cabeza; pasadas dos horas, se levantó el anciano, volvió a cojer su luz y salió del cuarto, cerrando la puerta tras de sí.
A la mañana siguiente, el mayordomo refirió esta historia a los colonos, los cuales afirmaron, por la descripción que el señor Livorel les hizo del aparecido, que era su antiguo amo. Pero no fue sólo esto: si el señor Livorel salía al bosque y volvía la cabeza, se encontraba con el fantasma; si tenía que atravesar en el campo algún vallado de espinos o de retama, veía la sombra a caballo sobre él mismo. Un día, el pobre perseguido se atrevió a decirle: «Déjeme, señor de Chateaubourg»; y el aparecido le respondió lacónicamente: «No».
(Chateaubriand; 1850)
1. m. Faja de cerdas o de cadenillas de hierro con puntas, ceñida al cuerpo junto a la carne, que para mortificación usan algunas personas.
2. m. Saco o vestidura áspera que se usaba antiguamente para la penitencia.
En épocas de escandaloso prêt-à-porter, parece interesante rescatar la idea de una prenda de vestir cuyo objetivo sea el de provocar deliberadamente dolor y sufrimiento en quien la porta para expiar los pecados de los hombres y evitar las tentaciones de la carne, que, como bien sabemos, es débil.