miércoles, 18 de febrero de 2009

VOLUPTUOSO

(Del lat. voluptuŏsus).

1. adj. Que inclina a la voluptuosidad, la inspira o la hace sentir.

2. adj. Dado a los placeres o deleites sensuales. U. t. c. s.



La idea de un universo «voluptuoso» me viene sugerida por la feliz coincidencia de dos textos; o mejor dicho, un texto que me hizo recordar un alegato escuchado tiempo atrás. Los límites entre erotismo y voluptuosidad son más bien difusos —y en todo caso corresponden a una diferencia de grado o de valor. Werner Herzog se refería de esta manera a la selva amazónica en la cual estaba filmando Fitzcarraldo:

«Kinski siempre dice que [la selva] está llena de elementos eróticos. Yo no la veo tan erótica sino más bien llena de obscenidad. La naturaleza aquí es vil e infame, no podría verle nada erótico, sólo podría ver fornicación y asfixia y lucha por sobrevivir, por crecer y finalmente pudrirse.
Por supuesto hay mucha miseria, pero es la misma miseria que nos rodea. Los árboles son miserables, los pájaros son miserables. Yo no creo que ellos canten sino que se quejan de dolor.»

La selva como un microcosmos incompleto, abandonado a mitad de camino. Se dice que la naturaleza tiene sus leyes, más bien imperturbables. Yo tengo para mí que la naturaleza es un mundo anárquico, silencioso, despiadado y totalmente carente de orden. Aquellas palabras de Werner Herzog —escuchadas hace tiempo—, me vinieron recordadas a raíz de este breve párrafo de una novela de Stanislaw Lem que leía hoy por la mañana:

«—¿Sabe lo que es la selva? —continuó hablando—. Pero, ¿cómo iba a saberlo? Vida, verde y desbordante. Todo vibrando, vigilando, moviéndose. En la maleza, multitud de bocas voraces. Flores dementes como explosiones de color. Insectos escondidos en telas pegajosas. Miles y miles de especies no clasificadas. No como aquí, en Europa. No hay necesidad de ir a buscarlas: por la noche, toda la tienda estaba cubierta de mariposas nocturnas tan grandes como una mano, insistentes, ciegas, caían al fuego a centenares. Sobre la lona pasaban sombras. Los nativos temblaban. El viento traía el ruido de los truenos de diferentes puntos. Leones, chacales. Pero eso no era nada. Luego venía la debilidad y la fiebre.»