miércoles, 5 de agosto de 2009

FUNESTO

(Del lat. funestus).

1. adj. Aciago, que es origen de pesares o de ruina.

2. adj. Triste y desgraciado.



Me había quedado pendiente.
Si no recuerdo mal, en Porto de minha infância, junto con Voyage au début du Monde para mí la película más sugestiva de Manoel de Oliveira, al visitar probablemente por última vez la que hubo sido su casa natal, habla de una «visão terrível, funesta ruína».

Casa. País. Continente. En plena guerra, Adolfo Casais Monteiro escribe:

Aí vai o cadáver enfeitado de discursos,
florindo em chaga, em pus, em nojo..
Cadáver enfeitado de guerras de fronteiras,
ficções para servir o sonho de violência,
máscara de ideal cobrindo velhas raivas...
Vai, cadáver de crimes enfeitado,
que os coveiros, sem descanso,
acham pouca toda a terra,
nenhum sangue já lhes chega
.


(1946)

DESPOTRICAR

(De des- y potro).

1. intr. coloq. Hablar sin consideración ni reparo, generalmente criticando a los demás. U. t. c. prnl.



Acabo de leer un mensaje del Lic. Fernando Silberstein (v. entrada «presagio»,) a quien tengo en alta estima, respecto a la (mi) difusión (¿pública?) de sus ideas.
Bien arriesga el Lic. Silberstein que sus ideas me han gustado y que es por eso que las difundo. Prefiere, sin embargo, el Lic. Silberstein, que le deje a él la responsabilidad de sus dichos y su, de nuevo, difusión publica. Y me sugiere, por último, que me aboque, en cambio, a desarrollar más mis propias ideas.
Tengo mis serias dudas respecto a la paternidad de las ideas proferidas a viva voz, máxime cuando estas pasan a engrosar un conjunto de textos fotocopiados a los que se da el nombre de "teóricos", y que no pagan ningún tipo de derechos de propiedad intelectual. ¿Acaso las ideas «pertenecen» o simplemente «están» ahí para ser tomadas al vuelo?. El Lic. Silberstein, de cuyas clases disfruté hace ya tiempo, me amonesta por hacer difusión de éstas, las que llama sus ideas. Sin embargo, no hace lo propio cada año, cuando cientos de alumnos las repiten —primero, para sus adentros, luego titubeando ante una mesa evaluadora— al momento de rendir los éxamenes de fin de término. ¿De qué manera un tipo de difusión —ésta— es reprobable si otra —aquella— no sólo no es condenada, sino auspiciada vivamente?
Siempre fui bastante amigo de las polémicas. Pensé que no tenía lectores: lo mismo que cabría decir respecto de toda mi producción artística (¡qué presuntuoso!), yo nunca escribí para un otro, porque yo soy mi propio lector —y el único valedero.