domingo, 28 de junio de 2009

PRESAGIO

(Del lat. praesagĭum).

1. m. Señal que indica, previene y anuncia un suceso.

2. m. Especie de adivinación o conocimiento de las cosas futuras por medio de señales que se han visto o de intuiciones y sensaciones.



Cada vez más, aunque siempre fue así, me dejo llevar por los presagios, y por las primeras impresiones respecto de gente y sucesos y lugares. Eso que llamamos «energía», blanca o negra, y que se advierte si uno está atento y es lo suficientemente perspicaz. Se advierte en el cuerpo, en el alma, en el espacio. Es sabido que, más allá de la fenomenología paranormal (vocablo, éste, el de normalidad, muy cuestionable —cfr. Foucault—) o mas bien debería decir fenomenología suprarreal, los fantasmas están compuestos de la así llamada materia ectoplasmática, una suerte de formación fluida o plástica que fluye en la oscuridad a través de los poros y los distintos orificios del cuerpo. La composición de esta sustancia analizada en laboratorio muestra en ocasiones una estructura similar a la albúmina, hallándose tejido proteínico, grasas, leucocitos, fosfatos, tejido cartilaginoso y células en formación.
En ciertas tradiciones orientales vinculadas al taoísmo y al confucianismo, se cree que las personas irradian un volumen de energía (el bioplasma) alrededor 10 metros por delante y por detrás de sí mismos. Este flujo energético está en continuo movimiento, siguiendo claramente aquí la idea de movimiento circular perpetuo que es tan propia del Tao y bastardeada por las tiendas de baratijas y feng-shui en Buenos Aires. En rigor de verdad, la idea de movimiento circular está vinculada con la noción del vacío central, clave (esta noción de «vacío») para entender no solo la pintura china, sino la estética taoísta en general. Estas ideas, es justo decirlo, no son necesariamente, ni únicamente tributarias del taoísmo: están presentes en ciertas corrientes filosóficas del budismo chan (zen) y retomadas luego durante los Song (s. VII-IX) por los neoconfusianos en su concepción cosmológica. La relación inmanente entre vacío y circularidad está muy bien descripta por Lao-tsé:
Una cosa hecha de una mezcla estaba antes del cielo-tierra. Ciertamente silenciosa e ilimitada, reposa en sí misma inalterable y gira circularmente sin falta ni desgaste. Se le mira sin ver y se le llama Invisible; se escucha sin oir y se le llama Inaudible; se palpa sin tocar y se le llama Intangible. Tres cosas inexplicables que, al confundirse, hacen la unidad.
La referencia al número «tres» no es casual, y sería luego retomada por la semiótica de Peirce.

En el taoísmo, sobre todo en la pintura en acuarela y el ukiyo-e, la introducción de áreas no pintadas o ciegas, para dar ilusión de volumen, o bien de elementos intermediarios entre otros dos para relacionarlos, constituyeron estrategias visuales que se fundaron en el objetivo de reforzar el carácter evocador de la pintura, antes que el explícito. Lo inefable, lo difuso, lo brumoso, son todos elementos que en la pintura china tienen la función de manifestar una operación generadora del vacío: antes que de una nada, la falta aquí es metaforizada como donación de sentido. Se puede decir, como bien exponía en sus clases el querido Fernando Silberstein, que desde esta perspectiva se ve por lo otro, por la sombra, por el corte, por la relación en que aquello que vemos se nos da, aunque esta relación sea de ausencia, de oscuridad, de oquedad. Esta concepción dinámica del vacío puede verse en distintos niveles. Por ejemplo, en la idea taoísta de causalidad, donde las consecuencias de un efecto son inversas a la causa, o bien, en la noción oriental de tiempo como expansión activa hacia el pasado y el futuro. Asimismo, la presencia de una ausencia constitutiva se encuentra también en la prosa de autores occidentales tan distintos como Merleau-Ponty (para quien lo invisible no era el opuesto lógico de lo visible sino, en-lo-visible, su condición, tal como la iluminación es el soporte invisible en la percepción de objetos) o Peirce (que, en su noción de interpretante, encuentra una terceridad constitutiva de la relación entre los otros dos elementos del signo).

Esta vinculación entre Peirce y el taoísmo, que ya mencioné antes, quizás se explique mejor por este pasaje, perteneciente al capítulo XLII del Libro de las Mutaciones de Lao-tsé:
El dao originario genera el uno
El uno genera el dos
El dos genera el tres
El tres produce los diez mil seres
Los diez mil seres se recuestan contra el yin
Y abrazan el yang contra su pecho
La armonía nace en el aliento del vacío intermedio.
El dao originario es concebido como el vacío supremo de donde emana el uno —el aliento primordial, el élan vital del que hablaba Bergson—. Este genera al dos, encarnado por los dos alientos vitales que son el yin y el yang; el primero como fuerza activa, el segundo como suavidad pasiva, receptiva. Ambos rigen con su interacción a los múltiples alientos vitales que animan a los diez mil seres del mundo creado. No obstante, entre el dos y los diez mil seres ocupa su lugar el tres. El tres, en la estética taoísta, representa la combinación de los alientos vitales del yin y del yang y del vacío intermedio mencionado. Este vacío intermedio, también él un aliento —explica muy bien François Cheng en Vide et Plein— es necesario para el funcionamiento armonioso del par yin-yang, atrae los dos alientos vitales y los sume en un proceso de devenir recíproco. Vale decir, no se puede pensar el uno y el dos, sin el tres —que los define.

Nótese la similitud con la teoría semiótica de Peirce:
La correlación triádica consta de tres categorías que Peirce denomina Primeridad (Firstness); Segundidad (Secondness) y Terceridad (Thirdness). Peirce mismo concede que sus categorías son «ideas tan generales que pueden considerarse como algo semejante a inclinaciones o tendencias hacia las cuales se dirigen los pensamientos» (CP 1.356, c.1890). Estas categorías yacen detrás de todo pensamiento humano, y de hecho, detrás de todos los procesos del universo, tanto inorgánicos como orgánicos.

Resumo brevemente las categorías de la siguiente manera:

    1. Primeridad: el modo de significación de lo que es tal como es, sin referencia a otra cosa.
    2. Segundidad: el modo de significación de lo que es tal como es, con respecto a algo más, pero sin referencia a un tercer elemento.

    3. Terceridad: el modo de significación de lo que es tal como es, a medida que trae un Segundo y un Tercer elemento (por ejemplo, un representamen y un objeto semiótico) y lo pone en correlación con el Primero (abarca la mediación, la síntesis de las categorías Primeridad y Segundidad) (CP
    8.328, 1904).

Puede decirse que la Primeridad es cualidad, la Segundidad es efecto, y la Terceridad es producto, y que la Primeridad es posibilidad (un quizás 'pueda ser'), la Segundidad es actualidad (lo que 'es, aquí-ahora'), y la Terceridad es probabilidad o necesidad (lo que debería ser, según las circunstancias que existen 'aquí-ahora').

Volviendo al tema anterior, este tipo de flujo energético que emite todo ser vivo, y que entre mis amigos y yo dividen a la humanidad entre aquellos de «energía blanca» (Nosotros, claro, y muchísima otra gente —conocida y desconocida—. Recuerdo que Andrés Andreani menciona a Leopoldo Estol) y «energía negra» (Guillermo Weiss, por ejemplo) —aunque hay un cierto debate en torno a la creación de una figura nueva, la de la «energía neutra»; en efecto, personas cuya sola presencia no nos turba ni nos alegra particularmente, sino que nos mantiene totalmente indiferentes. Este flujo energético, decía, puede ser en efecto medido a través de diversos dispositivos que —como la cámara Kirlian— captan los así llamados «espectros colorimétricos», que sin duda tienen algún tipo de efecto sobre el resto de las personas: Fulano de tal tiene energía negra, o energía blanca; o energía «equis», término que puede parecer ambigüo pero en la práctica resulta muy descriptivo y útil.

A raíz de un breve comentario de Nicolas Bohler, comencé hablando de los presagios. Cómo llegué hasta este punto, hablando de energías blancas, negras y neutras, no lo sé. Pero podría tratar de rencauzarme y decir que sí, que los presagios están vinculados sin duda con los flujos energéticos (ecto y/o bioplasmas) de nosotros y los otros, como diría Todorov; modifican, alteran nuestras percepciones; nos hacen ver lo que vendrá, qué va a suceder de aquí a un momento; adivinar aquello que nos aguarda del otro lado del muro, tras la puerta. Y luego, cuando ese momento haya pasado, corroborar si de hecho estábamos en lo cierto, si el tiempo vivido se verifica.