martes, 15 de febrero de 2011

PALIMPSESTO

(Del lat. palimpsestus, y este del gr. παλίμψηστος).

1. m. Manuscrito antiguo que conserva huellas de una escritura anterior borrada artificialmente.

2. m. Tablilla antigua en que se podía borrar lo escrito para volver a escribir.


Pensar la ciudad, o más propiamente el tejido urbano, como un gran palimpsesto. Un conjunto de texturas, tramas y capas que se van borrando pero que no desaparecen del todo, y sobre las que otras texturas y capas se van imbricando y entrelazando formando una textura híbrida y anárquica, pero legible y habitable. Ir en busca de esas huellas de lo «anterior» cotidiano podría ser un ejercicio interesante si se desquitara del ejercicio todo tufillo a turismo o a negocio, si fuera un recorrido mental más que una visita guiada. Pintar y volver a pintar encima. nosotros, también, futuros palimpsestos de palimpsestos, estamos marcados por huellas del pasado y determinando quién sabe, acaso las huellas de un futuro desconocido que no tendrá como protagonistas ni como pasajeros. En algunas calles de la ciudad todavía está la huella del tranvía. No la huella mnémica, sino las vías de un tranvía, como testigos de un reccorrido fantasma que uno bien podría revivir a pie, si quisiera. Así como las construcciones de tiempos remotos, por alguna razón que desconozco, están enterradas metros bajo tierra (,¿Por qué la Roma Antigua bajo tierra?, y Pompeya, el barco de la costanera, como si lo oculto fuera algo, no que se de devela, sino que se desentierra) sobre el suelo que hoy pisamos, también yo voy a ser en el futuro capa de capas, cimiento de próximas construcciones.



INDECIBLE

1. adj. Que no se puede decir o explicar.


La misma palabra encierra su imposibilidad. ¿Cómo nombrar algo que no tiene nombre, un concepto que estamos a punto de alcanzar pero que siempre se nos escapa, cuya imagen tenemos presente, sí, sabemos lo que significa, pero no hay un concepto en la lengua que la defina? Indecible no es innombrable (adj. Que no se debe o no se puede nombrar), que encierra una proscripción, el dedo índice perpendicular a los labios. No es que lo indecible no se pueda nombrar, sino que no se puede expresar con palabras, y es ahí donde uno comprende cabalmente que el lenguaje es una cárcel perfecta, como decía Burroughs, y que el preso es uno. Cualquiera que haya tenido que traducir cualquier cosa de un idioma a otro sabe cabalmente esto: el ejercicio de traducción no es aquel donde se completa una tabla de equivalencias entre una lengua y otra, sino que es siempre un trabajo minucioso de búsqueda de alternativas y posibilidades inexactas y aproximadas. Términos para los que no sólo no existe una palabra equivalente sino que uno debe usar a veces un conjunto de palabras, y aún así tiene la sensación de que el sentido exacto del original sigue siendo elusivo, se escapa, está cerca pero nunca se alcanza. Hace mucho, cuando trabajaba de vendedor en una librería, tratando de sumar mi granito de arena para que la gente comprara los libros que yo había leído o los que me hubiera gustado leer, y desaconsejando con los mismos modales más o menos disimulados la compra de los opuestos, experimenté este problema en carne propia con el eterno problema de las categorías de las bases de datos. Además de vender y recomendar libros, tenía yo que ingresar en el sistema los libros nuevos que iban llegando a la librería, y así surgía el inconveniente relacionado con los géneros: drama, autoayuda, novela histórica, biografía, ensayo. Tantos libros que no encajan dentro de esas categorías estáticas, inamovibles o que, peor, coinciden con todas o con casi todas. ¿Qué hacer? El sistema no permitía dejar campos en blanco. Esto me vino a la cabeza ahora que releía La Repetición, esa novela tan interesante de Peter Handke: ensayo (por momentos); autobiografía (por momentos); poesía (por momentos).