miércoles, 20 de enero de 2010

HECHIZO

(Del lat. facticĭus)

1. m. Práctica usada por los hechiceros para intentar el logro de sus fines.
2. m. Cosa u objeto que se emplea en tales prácticas.

Carlos II de Austria, también llamado «El Hechizado» gobernó (es una forma de decir) el Reino de España entre 1665 y 1700. Las sucesivas copulaciones consanguíneas entre miembros de la casa de los Habsburgo había prostituído a tal punto la estirpe que, cuando Carlos II nació, pocos apostaban que alcanzase siquiera el año de edad: raquítico, algo deforme, bastante estúpido y estéril, lo mejor hubiera sido que se muera rápido y ya. Pero el amor y cuidado de su madre, Mariana de Austria, acaso pudo más. Carlos II no sólo superó el año de vida, sino que con 5 años de edad y tras la muerte de su padre, Felipe IV, se convirtió, no obstante contar con un hermano mayor y en virtud de ciertos tejes sucesorios que se decidían al interior de la casa de los Habsburgo, en Rey de toda España. Como, más allá de su madre, pocos apostaban a que sobreviviera más allá de la infancia, su educación fue más bien descuidada, a punto tal que, ya con 10 años, fuera completamente analfabeto. Analfabeto, sí, pero al menos conciente de su ineptitud, Carlos II delegó formalmente el poder en Juan Francisco de la Cerda, Duque de Medinaceli, primero, y en el Conde de Oropesa después, al que asignó el cargo de Primer Ministro. No obstante lo cual, el problema de la sucesión era sujeto de todo tipo de intrigas y conspiraciones palaciegas: eventualmente, el Rey se terminó casando con María Luisa de Orléans, sobrina de Luis XIV. La historia dice que Carlos II se enamoró perdidamente ni bien vio su retrato; viendo los de él, es difícil pensar que haya podido suceder lo mismo viceversa. El matrimonio fue un fiasco. María Luisa fue sometida a todo tipo de experimentos vejatorios para lograr que quede embarazada (ya que nadie se animaba a confesarle al Rey nada relacionado con su manifiesta infertilidad). Tanto tratamiento y tratamiento acabó por minar su salud, envenenarla y matarla. Si bien distantes en un comienzo, la relación entre María Luisa de Orléans y Carlos II llegó a ser acaso cordial, afectuosa y maternal (se han narrado los ataques de locura de Carlos II, corriendo y vociferando a voz en cuello por los pasillos del palacio, al enterarse de la muerte de su esposa). Como sea, la idea fue del cardenal Portocarrero, a la sazón Arzobiso de Toledo y Consejero de Estado del Rey: la esterilidad de Carlos II nada tenía que ver con los matrimonios incestuosos al interior de la casa de Austria, sino con un hechizo maligno que era preciso exorcizar. Así fue como tuvo lugar uno de los episodios más hilarantes y tristes de la historia de la Corona Española. Aprovechando que los restos de los antepasados de Carlos II estaban siendo trasladados a su destino final en El Escorial, se decidió exhumarlos, invocar a los espíritus y, de cara al Rey, llevar a cabo un exorcismo que le de fertilidad al semen real. Por supuesto, no sólo no funcionó, sino que sirvió únicamente para que el Rey enfermara aún más (sobretodo, ante la imagen de su esposa exhumada, que llevaba alrededor de nueve años muerta). Quién llevó a cabo el exorcismo, un fraile asturiano, dijo haber recibido de parte de Lucifer la confirmación respecto del hechizo al que estaba sujeto el Rey, y dictaminó que el antídoto residía en beber todas las mañanas una equis cantidad de aceite bendecido. Al parecer, la dieta terminó de minar la frágil salud de Carlos II, que acabó muriendo en 1700, dejando tras de sí una estela de derrotas militares, diplomáticas y económicas. Lo que se dice un reinado para el olvido. A raíz de estos sucesos es que Carlos II se ganó el mote de «El hechizado», lo que, a la luz de la debacle posterior, fue un apodo bastante benevolente, de entre otros que pudieran haberle correspondido.