miércoles, 28 de julio de 2010

FUNESTO

(Del lat. funestus).

1. adj. Aciago, que es origen de pesares o de ruina.

2. adj. Triste y desgraciado.



íd. up supra.
Una ruina es funesta.

OMINOSO

(Del lat. ominōsus).

1. adj. Azaroso, de mal agüero, abominable, vitando.



Ominoso en el sentido de una ausencia que delimita una presencia. A veces, las ausencias son formas de presencia más radicales, paradójicas, evidentes. Una ausencia que se, a la vez, una evidente presencia por lo que tiene de irradial, de obvio. Pienso en San Marco in Boccalama, de que ya hablé en otro lado. La ausencia es, a veces, como un paréntesis significante, un espacio vacío lleno de vida, de forma y de color. Un fantasma es ominoso por eso. En el Castillo de Otranto, «Manfred remained in the court, gazing on the ominous casque, and regardless of the crowd which the strangeness of the event had now assembled around him. The few words he articulated, tended solely to inquiries, whether any man knew from whence it could have come?»
Funesto también es una linda palabra. De ella por venir.

domingo, 25 de julio de 2010

RUBICÓN


1. (Del lat. Rubico, -ōnis, Rubicón, río de Italia que marcaba la frontera entre este país y la Galia Cisalpina).

pasar el ~.
2. (Por alus. al momento en que Julio César, sin autorización del senado, cruza este río con sus legiones y penetra en Italia). loc. verb. Dar un paso decisivo arrostrando un riesgo.


La otra orilla está ahí nomás; al fin y al cabo, solo se trata de dar el salto. Una vez que se tomó la decisión, incluso antes de saltar, una vez que se decidió, de hecho, que se va a saltar, ya se está del otro lado, aunque sea en el pensamiento.

lunes, 25 de enero de 2010

ATRABILIARIO

1. adj. De genio destemplado y violento. U. t. c. s.

2. adj. Apático, melancólico. U. t. c. s.

2. adj. Med. Perteneciente o relativo a la atrabilis.


Hipócrates consideraba que existían 4 humores en el cuerpo humano que eran los que determinaban el estado de salud de una persona de modo tal que, el exceso o el déficit de unos u otros señalaban un estado de enfermedad. Ampliada luego por Teofrasto, esta teoría suponía que a la predominancia de uno de estos cuatro líquidos por sobre los otros tres correspondía un determinado carácter. A estos cuatro humores se les llamó «bilis negra», «bilis amarilla», «flema» y «sangre», de modo tal que, por ejemplo, un exceso de bilis negra era el causante de un temperamento melancólico, apático y abatido. En griego, μελαγχολια, «melancolía», viene de μελαγ, melán, negro, y χολη, hiel, bilis. Los romanos llamaban a la bilis negra «atra bilis», bilis oscura, de allí el término castellano «atrabilis» y «atrabiliario». Se creía que la bilis oscura era producida por el bazo, del griego splēn, «spleen» en inglés. En francés, el mismo término, «spleen» refiere a ese estado incierto de melancolía o falta de élan vital producido, se creía, por un funcionamiento anómalo del órgano del mismo nombre.

viernes, 22 de enero de 2010

VANILOQUIO

(Del lat. vaniloquĭum).

1. m. Discurso inútil e insustancial.


Curtite. Largá ese vaniloquio. Lo que me decís me entra por una equis y me sale por la otra.

miércoles, 20 de enero de 2010

HECHIZO

(Del lat. facticĭus)

1. m. Práctica usada por los hechiceros para intentar el logro de sus fines.
2. m. Cosa u objeto que se emplea en tales prácticas.

Carlos II de Austria, también llamado «El Hechizado» gobernó (es una forma de decir) el Reino de España entre 1665 y 1700. Las sucesivas copulaciones consanguíneas entre miembros de la casa de los Habsburgo había prostituído a tal punto la estirpe que, cuando Carlos II nació, pocos apostaban que alcanzase siquiera el año de edad: raquítico, algo deforme, bastante estúpido y estéril, lo mejor hubiera sido que se muera rápido y ya. Pero el amor y cuidado de su madre, Mariana de Austria, acaso pudo más. Carlos II no sólo superó el año de vida, sino que con 5 años de edad y tras la muerte de su padre, Felipe IV, se convirtió, no obstante contar con un hermano mayor y en virtud de ciertos tejes sucesorios que se decidían al interior de la casa de los Habsburgo, en Rey de toda España. Como, más allá de su madre, pocos apostaban a que sobreviviera más allá de la infancia, su educación fue más bien descuidada, a punto tal que, ya con 10 años, fuera completamente analfabeto. Analfabeto, sí, pero al menos conciente de su ineptitud, Carlos II delegó formalmente el poder en Juan Francisco de la Cerda, Duque de Medinaceli, primero, y en el Conde de Oropesa después, al que asignó el cargo de Primer Ministro. No obstante lo cual, el problema de la sucesión era sujeto de todo tipo de intrigas y conspiraciones palaciegas: eventualmente, el Rey se terminó casando con María Luisa de Orléans, sobrina de Luis XIV. La historia dice que Carlos II se enamoró perdidamente ni bien vio su retrato; viendo los de él, es difícil pensar que haya podido suceder lo mismo viceversa. El matrimonio fue un fiasco. María Luisa fue sometida a todo tipo de experimentos vejatorios para lograr que quede embarazada (ya que nadie se animaba a confesarle al Rey nada relacionado con su manifiesta infertilidad). Tanto tratamiento y tratamiento acabó por minar su salud, envenenarla y matarla. Si bien distantes en un comienzo, la relación entre María Luisa de Orléans y Carlos II llegó a ser acaso cordial, afectuosa y maternal (se han narrado los ataques de locura de Carlos II, corriendo y vociferando a voz en cuello por los pasillos del palacio, al enterarse de la muerte de su esposa). Como sea, la idea fue del cardenal Portocarrero, a la sazón Arzobiso de Toledo y Consejero de Estado del Rey: la esterilidad de Carlos II nada tenía que ver con los matrimonios incestuosos al interior de la casa de Austria, sino con un hechizo maligno que era preciso exorcizar. Así fue como tuvo lugar uno de los episodios más hilarantes y tristes de la historia de la Corona Española. Aprovechando que los restos de los antepasados de Carlos II estaban siendo trasladados a su destino final en El Escorial, se decidió exhumarlos, invocar a los espíritus y, de cara al Rey, llevar a cabo un exorcismo que le de fertilidad al semen real. Por supuesto, no sólo no funcionó, sino que sirvió únicamente para que el Rey enfermara aún más (sobretodo, ante la imagen de su esposa exhumada, que llevaba alrededor de nueve años muerta). Quién llevó a cabo el exorcismo, un fraile asturiano, dijo haber recibido de parte de Lucifer la confirmación respecto del hechizo al que estaba sujeto el Rey, y dictaminó que el antídoto residía en beber todas las mañanas una equis cantidad de aceite bendecido. Al parecer, la dieta terminó de minar la frágil salud de Carlos II, que acabó muriendo en 1700, dejando tras de sí una estela de derrotas militares, diplomáticas y económicas. Lo que se dice un reinado para el olvido. A raíz de estos sucesos es que Carlos II se ganó el mote de «El hechizado», lo que, a la luz de la debacle posterior, fue un apodo bastante benevolente, de entre otros que pudieran haberle correspondido.

martes, 19 de enero de 2010

LADINO

(Del lat. latīnus, latino).

1. adj. Astuto, sagaz, taimado.
2. adj. Se decía del romance o castellano antiguo.
3. adj. Se decía de quien habla con facilidad alguna o algunas lenguas además de la propia.
4. adj. Am. Cen. mestizo.
5. adj. Am. Cen. Mestizo que solo habla español.
6. m. Ling. Lengua hablada en la antigua Retia.
7. m. Ling. Lengua religiosa de los sefardíes. Es calco de la sintaxis y del vocabulario de los textos bíblicos hebreos y se escribe con letras latinas o con caracteres rasíes.
8. m. Ling. Variedad del castellano que, en época medieval, hablaban los judíos en España, y que, en la actualidad, hablan los judeoespañoles en Oriente.


Los judíos sefardíes fueron echados de España y, en general, de la península ibérica (pues judíos sefardíes también los había en las principales ciudades de Portugal) el mismo año en que Colón se topó con América, en virtud del así llamado «Edicto de Granada», o «Decreto de la Alhambra», firmado por los también así llamados «Reyes católicos». Los judíos eran poseedores de enormes riquezas fruto del comercio, y (en parte por esa razón) gozaban de influencia aún en círculos cristianos (de hecho, la Corona de Aragón había juzgado prudente, en su momento, mantener bajo su tutela y protección a ciertas familias hebreas de prestigio, que inclusive terminaron emparentándose con miembros de la nobleza). Su destacada posición social y financiera, sin embargo, terminó resultando odiosa a los ojos del vulgo y de la jerarquía religiosa, que acusó a los sefardíes de haber sido los culpables de la crucifixión de Cristo. En ciertos pueblos de la península ibérica, circulaban también ciertos mitos según los cuales los sefardíes bebían sangre humana y asesinaban niños indefensos. Sea como fuere, el Edicto de Granada, firmado el 31 de marzo de 1492, obligó a los judíos sefardíes a la diáspora, forzándolos a emigrar de todos aquellos dominios regidos por la corona de Aragón y Castilla, con fecha límite 31 de julio de 1492 (por motivos logísticos, el plazo fue luego extendido hasta el 2 de agosto, el mismo día que Colón descubrió América), so pena de sufrir, ora la confiscación de todos sus bienes, ora la muerte lisa y llana. Se ha calculado que alrededor de 100.000 judíos debieron abandonar la península ibérica durante ese lapso. Si bien algunos se establecieron en los Países Bajos, Alemania, la mayor parte fue recibida por el Imperio Otomano, particularmente en los territorios pertenecientes a lo que hoy es Bulgaria y Turquía. Elías Canetti, búlgaro de nacimiento y germano-británico por elección, ganó el premio Nobel de literatura en 1981. Se sabe que, en su infancia, hablaba 4 lenguas maternas fluidamente, una de las cuales era el ladino. Esto le permitió, aún sin tener conocimientos de español, por ejemplo, supervisar personalmente la traducción de su magnífica novela «Auto de fe» al castellano -en virtud de la similitud entre ambas lenguas-, cuatro siglos después de que sus antepasados fueran expulsados de España). De cómo un dialecto del castellano, hablado por los judíos sefardíes, pasó a convertirse, también, en un insulto, es algo que da cuenta bastante del estado de las cosas y que echará luz sobre desafortunados acontecimientos posteriores.

viernes, 8 de enero de 2010

DÉPAYSEMENT

Siempre me intrigaron aquellas palabras que, en una lengua ajena, son incapaces de traducir en el idioma propio y que, sin embargo, sabemos perfectamente qué nos quieren decir; porque vienen a llenar vacíos que de otra forma no hubiera sido posible verbalizar, hubieran quedado, en un punto, como espacios en blanco, como momentos entre letra y letra. Hay algo del orden de lo frustrante en no poder poner en palabras éste o aquél sentimiento, ésta o aquella sensación. Estados de ánimo que si no son designados permanecen, sino completamente ocultos, ignorados, porque el cuerpo los registra y la mente los intuye, pero sí indefinidos, como vidriosos, difusos y que, por otra parte, demuestran el magnífico poder del idioma como organizador arbitrario de sentimientos. Tengo la teoría de que existe, en el conjunto de lenguas y dialectos, debe existir un término para cada posible sentimiento humano, por más individual que se le pueda aparecer a quien lo acoje.
En «La ley de los espacios en blanco», alguien comienza de pronto a sentir que ha olvidado el sonido de ciertas palabras cuyo significado, sin embargo, conoce perfectamente. Las letras, puestas una después de la otra, le remiten indudablemente a un término que sabe que conoce, pero que de alguna manera es incapaz de articular como conjunto.
«Dépaysement» es una palabra bellísima, quizás justamente porque viene a llenar un espacio en blanco que de otra manera sólo hubiera podido ser intuido, pero, sin embargo, nunca enunciado o claramente identificado y, por esa misma razón, nunca asímismo dilucidado. Por la misma razón, es imposible definirlo sin utilizar no menos que un conjunto de palabras, y siempre se tendrá la sensación de que el significado preciso es otro, al que uno se acerca pero que nunca alcanza. Intentos como «desubicación», «extrañamiento» o, mejor aún para mí, «desconcierto» sí dan una idea, si uno sabe de qué se está hablando, pero no dan en el clavo. Más cerca: el «extrañar-el-propio-sitio», dice Handke, el «saberse-extraño-en-este-otro-lugar», «sentirse-fuera-de-sí».